DÌA DE LOS MUERTOS

Àlvaro Antonio Claro Claro

En el transcurrir del tiempo, la humanidad ha mantenido un gran respeto por el tema de la muerte. La gran incógnita que se genera ante este momento ha sido motivo de discusión en la filosofía y la religión produciendo múltiples interpretaciones sobre el particular. Algunos hablan de otra existencia, otros se aferran a la reencarnación del espíritu y para otros el asunto termina con la última palada del sepulturero sobre la fosa.

La Literatura ha tomado como pretexto este tema para producir grandes obras entre las que se puede mencionar La Odisea y la Hiliada; una parte importante de la narración se fundamenta en el temor al inframundo (Hades) a donde eran conducidas las sombras errantes de los difuntos que debían ser transportados por Caronte, el barquero, de un lado al otro del rio Estigia a cambio de unas monedas que los familiares debían poner a sus muertos para pagar la travesía. Borges, Juan Rulfo y García Márquez son algunos ejemplos de escritores de nuestro continente que hicieron grandes novelas en las que las voces de los muertos son las protagonistas.

Pero no solamente es un tema que ha inquietado a grandes pensadores y literatos; es una preocupación diaria de toda nuestra especie desde que tenemos uso de razón. Para algunas culturas la muerte es sinónimo de alegría y para otras es signo de tragedia. Los Mitos y Leyendas que se han creado alrededor de este hecho son incontables, es especial para los grupos sociales que afirman la creencia de una nueva existencia para los miembros de su familia después de su partida terrenal.

En Nuestro continente, México es un ejemplo claro de los pueblos que mantiene viva la tradición milenaria de celebrar el día de los muertos. Este año, Disney y Pixar, lanzaron la exitosa película “COCO” que a través del dibujo animado recrea con lujo de detalles esta celebración. 

Como en casi todos los pueblos, en La Playa de Belén, los mitos y leyendas alrededor de este tema abundaban, en especial durante aquellas épocas en que apenas se contaba con luz eléctrica dos horas en la noche, no se conocía la televisión y el radio era un lujo que muy pocas familias podían tener; las familias debían recogerse muy temprano y por lo general el tema de conversación terminaba en historias de brujas, espantos y ánimas del purgatorio. A mi madre le escuché narrar en varias oportunidades el caso de un sepulturero del pueblo, quien hasta los últimos años de su vida, por promesa mandada, dedicaba toda la noche del 2 de noviembre a visitar una a una las casas del poblado y de las veredas más cercanas reclamando una Oración para las benditas animas del purgatorio. Se comentaba que cuando el sepulturero salía al filo de la media noche del cementerio, detrás se le formaba una larga procesión de las ánimas cuyos cuerpos fueron sepultados en ese campo santo, cada una alumbrando el sendero con una vela que no se apagaba aunque hubiese fuertes vientos. El señor de la historia tocaba cada ventana de las casas, con voz débil y lúgubre anunciaba: “Alerta…Alerta que la muerte está en la puerta”, solicitando la respectiva Ave María para los difuntos; se decía que nadie podía salir a mirar pues los que lo hicieron tuvieron que recibir de un ánima la vela encendida, sumarse a la letanía hasta el amanecer y subir hasta la tumba del alma dadivosa que le entregó la vela, acción que quedaba obligado a realizar cada año, el dos de noviembre, hasta el día de su muerte.

En familia, era común que en noviembre, al estar próximo el día de los difuntos se hiciera mención de esta historia. Mi casa se encuentra ubicada en la parte central del pueblo y justo, en la parte trasera, subiendo unos cuatrocientos metros, está el cementerio.

Ya era estudiante de bachillerato en Ocaña en los años setenta, adolescente entusiasmado con el juego del billar, la música y uno que otro aguardiente hacían que el regreso a casa los fines de semana fueran después de las 10 de la noche, hora en que todos debíamos estar en cama sin discusión. Mis hermanos muy solidarios, dejaban abierta la puerta de la ventana de nuestro cuarto, que estaba en la parte trasera de la casa, camino al cementerio; cuidadosamente tocaba o para que me abrieran la puerta del solar para que papá no se enterara de la hora de llegada.

En un fin de semana, justo vísperas del día de los muertos, recibimos la visita de 4 primas que estaban de viaje y debían pernoctar en casa. Como de costumbre, ese dìa me había escapado temprano para cumplir la acostumbrada cita del sábado en el billar con el fin de buscar revancha de varios juegos perdidos la semana anterior. El acomodamiento para dormir se modificó en casa; nuestro cuarto, por ser el más grande fue destinado para mis primas y hermanas, a nosotros, los varones nos correspondió un cuarto, al lado del aposento. Yo en la calle, no me enteré de la novedad. 

Como siempre ocurría en esas fechas, el tema en la reunión familiar nocturna se basó en historias sobre aparecidos, fantasmas y muertos. La orden de ir a dormir fue dada a las 10PM. Cada uno a su habitación asignada. No obstante, las primas animadas con la estadía y la compañía de mis hermanas prolongaron la reunión en el cuarto inventando juegos, cantando y relatando historias hasta muy cerca de las 12 de la noche, alguien hizo la observación sobre lo avanzado de la hora y recordó que ya casi estaba por iniciar el día de los muertos. De común acuerdo decidieran que era hora de dormir y apagaron la luz; justo; a los pocos segundos ingresé por la portada que conduce al cementerio hasta dar con la ventana de nuestro cuarto. Como de costumbre, con los nudillos de los dedos di tres golpecitos en la ventana y esperé… silencio total. Volví a tocar…y nada.

Seguro están dormidos, pensé y empujé poco a poco la puerta para llamar. Habían puesto una maleta en el umbral de la ventana, al mover la puerta, la valija cayó al piso desde lo alto, se sintió un fuerte golpe que rompió el silencio de la noche. Al instante una gritería se empezó a escuchar dentro del cuarto. Tía, tía, las ánimas…exclamaban. Tía nos espantaron gritaba otra; recemos, recemos imploraba mi hermana menos calmada.

No entendía por qué se formó tal alboroto dentro de la casa. Las luces se encendieron en la sala, en el corredor y en el aposento; los gritos no cesaban, todos corrían de un lado a otro. Mi hermano sospechó que podría ser yo el autor de tremando desbarajuste, aprovechó la confusión y abrió la puerta del solar y me hizo señas para que pudiera entrar.

No hubo manera de convencerlas para que volvieran a dormir al cuarto. En el aposento, en dos camas, al lado de papá y mamá se acomodaron las cuatro primas y mis dos hermanas para pasar el resto de la noche, luego de un rosario muy piadoso por el descanso eterno de las ánimas que las visitaron y de tomarse varias agüitas de toronjil. Nosotros volvimos el cuarto, comentando en voz baja lo ocurrido, muertos de la risa y resueltos a mantener silencio pues estábamos seguros de que la fuetera sería segura si se enteran de quien fue el causante de tremenda algarabía que trasnochó a todo el mundo en el día de los muertos.